LA ADUANA
LA ADUANA
Dirigido por Antonio del Toro y Juana Lara, nace en los años 30 en forma de quiosco de madera donde servían cafés, vinos, licores, agua selz, cerveza y vermut acompañados de una variedad de bocadillos y tapitas. El local, dirigido a todos los trabajadores del puerto: pescadores, marineros, gente de aduana… enseguida se les quedó pequeño debido a la gran cantidad de gente que recibía.
Fue entonces, en 1941, cuando decidieron levantar el mismo edificio donde nos encontramos hoy en día. En aquellos tiempos, en una cocina de carbón y más grande que la anterior, Juana, elaboraba tanto platos de su tierra natal, Cuenca, como platos marineros típicos de su barrio de adopción, El Cabanyal, además, el local, era conocido por los bocadillos de tortilla que elaboraba uno a uno mientras la gente hacía cola en la puerta de su cocina. Aún recordamos su imagen en la cocina con el delantal siempre puesto.
Más tarde, hacia los años 70, Ramón del Toro, que creció viendo a su madre en la cocina, tomó las riendas del negocio manteniendo la tradición familiar convirtiendo el restaurante en parada obligatoria para todos aquellos que pasaban por las inmediaciones del edificio.
No nos podemos olvidar de esa barra llena de tapas: all i pebre, croquetas de bacalao, pepitos “cabanyaleros”, así como los platos elaborados al momento como las clóchinas valencianas, la sepia bruta o los populares calamares que, a día de hoy, siguen siendo uno de los favoritos de nuestros clientes.
EVOLUCIÓN
Con el transcurso de los años, Alberto y Juan Ramón, con la ayuda de su hermano Alejandro, pasaron a gestionar el negocio familiar en el 2006. Ellos, son los que deciden darle un giro al restaurante intentado actualizar y plasmar lo mejor que habían aprendido, elaborando una cocina de mercado con platos cocinados al momento con el mejor producto de los mercados valencianos, dándole a esos platos tan clásicos del restaurante una presentación más cuidada e introduciendo otros más actuales.
BON APETIT
El Restaurante Aduana tiene las ganas de agradar de igual manera que lo hace un día soleado, el cual nos da las ganas de vivir.